1.09.2008

In felicidad

Entonces ahora (aunque alguien dijo que estos ahora no son de fiar) que paso la media noche y los horarios nocturnos lastiman el tímpano de los vecinos del segundo piso, o del tercero si vives al quinto, en fin, Ahora que el mal vino causa un efecto prodigioso para sus pocos miles de centavos (en mi nación, claro, que se cree amiga del dólar y corre detrás de muchas otras carreras) yo, SOY FELIZ
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es difícil mantener de tu lado a la felicidad, es como un niño, míralo ahí esperando atrás al fondo, sentado junto a la fuente del jardín (uno melancólico) sostiene un durazno con malicia y se le notan las ganas de correr por esas mariposas de un lejano (sí, ya lejano) séptimo verano, que de cualquier manera nunca fue tan ideal Y justo entonces, uno descubre que el niño se ha ido, que la noche va adquiriendo brillo y que ya no importan los panecillos calientes y que se vayan al carajo las costillas con perejil que hizo Lu para cenar; todo porque la máquina se ha puesto irascible
Le he quitado el instalador de un programa inocuo (ah, pero debí pensar que es el primero de los suyos, aunque ellos siempre dejen al anterior obsoleto porque tienen aire de buitre, como su madre) en realidad una cosa inservible, y ahora la máquina convierte un momento sencillo (al menos para mí, con el niño y toda la cosa) en un entrampe molesto, aunque bulle el tinto dizque prodigioso y pone su firma en la hoja de cuaderno Al sonido, tan propio, le resta escupir un tango (un tango con jazz, para variar) y bueno, no está mal... uno de estos días me voy con el niño