3.18.2008

Un aviso para Arthur

"...el visionario autor de la ciencia ficción murió la madrugada de este miércoles", decía en el noticiero vespertino; la noticia corre como pólvora en los sitios de sus fanáticos en la red; a mí, desde el otro lado de lo incógnito, la idea me llega el atardecer del martes
No creo en los funerales de los grandes hombres donde una muchedumbre llora, pero acepto que algunos pueden ser amados por otros, aunque su olor y su gesto les sean desconocidos Recuerdo cuando terminé el primero de sus libros e imagino cómo habría sido conocerlo y tras un rato, caigo en cuenta de que probablemente no le habrían interesado mis preguntas, hechas con cincuenta años de retraso, y que yo misma no sabría cómo seguir, porque me parecería un extraño
Pero estoy aquí, a diez años de esos libros y la noticia sigue ahí, y pienso que aún es martes, que si él viviera mi tiempo, en su casa todavía le restarían unas cuantas horas, toda una jornada, antes de que el universo y sus leyes, ahora sí, se lo tragara para siempre Si él viviera mi tiempo le diría que haga lo necesario, que busque eso donde todavía late, intacto, el gran deseo y se entregue
Entonces, tras mucho pensar tomo el reloj de la abuela, pues decía que nadie la gobernaba a ella, ni el tiempo; reinstalo el teléfono (lo quité porque el sonido era exasperante, dado que es) un aparato antiguo que el arrendatario ha dejado envejecer con esta casa que ahora rento y, porque yo también soy de esos fanáticos y guardaba esta carta para el momento indicado, cuando tuviera el valor de hacerle oír mi voz y escuchar lo que pienso, en fin, porque conseguí a fuerza de dólares ese número privilegiado, y todavía con el reloj de mi abuela en mano, le marco
Contesta una mujer, le digo en inglés pésimo que me comunique inmediatamente con el señor, que es asunto de vida o muerte, cuelga
Llamo otra vez, vida o muerte, me cuelga, Otra vez, ahora dice que sólo es la enfermera, a la sexta ocasión creo que la he transtornado un poco; le acerca el auricular e imagino al anciano que escucha mi voz, mi pésimo inglés
Le digo que va a morir a la una y treinta de la madrugada, se escucha un sobresalto de su respiración pero susurra, Explica
Le cuento la noticia, le digo que vivo en este país cálido, que me gustan sus letras y pensé en devolverle el favor de tantas horas fantásticas
No es posible, susurra
Pero lo arremeto con el detalle del reloj de mi abuela, y le pido una vez más, le suplico, que piense en ese deseo, el genio se ríe
Cuelgan, la enfermera quizá ha creído que sería malo para él reír de esa forma
No es posible, decía, pero yo me estoy riendo también, porque todavía no anochece
El noticiero vespertino aún no da la noticia de su muerte