1.28.2009

dogville



El pueblo del perro

En Dogville (Dinamarca, 2003) la virtud se torna en vicio y éste, en una extraña virtud; se trata de una historia acerca de las transformaciones de la condición humana -al parecer, sujeta a una inercia histórica donde la abundancia conlleva a la decadencia y ésta al caos- que tiene como trasfondo un contenido aleccionador basado en un dilema moral que, si por un lado señala el avasallaje de la dignidad y libertad del ser, por el otro también se muestra crítico ante la posición de ese ser, quien permite que tal avasallaje se lleve a cabo.
Esta mirada no complaciente de las 'imperfecciones' del ser humano, no es un tema nuevo para Lars Von Trier, director de esta película y de otras como Los idiotas (The Idiots, 1998), aunque Dogville marca un punto y aparte en su filmografía -a mi parecer- pues logra llevar, como no lo había hecho antes, un concierto complejo de temas trascendentales (la bondad, la justicia, la libertad de elección y en sí, la naturaleza del ser) hacia un desenlace catártico que, pareciera, apuesta por la vuelta de la vieja ley, la del Talión, para restaurar el equilibrio entre fuertes y débiles.
Para ello, y como otro factor renovado de su quehacer como director y guionista, Von Trier se sirve de los conceptos de Berthold Brecht y Henrik Ibsen sobre el teatro, y abandona el naturalismo que antes defendió en el Manifiesto Dogma (1995) para adoptar "el distanciamiento", el cual pondera el carácter artificioso en la recreación de la realidad con fin de centrar al espectador en el mensaje de la puesta en escena y guiarlo así, no por los caminos de la empatía que ésta puede provocarle en relación con su propia realidad, sino por los del razonamiento para descubrir lo que la obra encierra.
Por esa vía, el director no sólo recurre a un escenario minimalista, cuyos objetos son esbozados con tiza sobre el suelo e identificados por el cartel alusivo que los nombra: casas, edificios, calles, incluso el único perro (y éste es importante para la historia) que hay en el pueblo; también, utiliza la narrativización para reforzar este "distanciamiento" con el espectador; incluso, convierte al filme en una obra teatral, aunque se mantiene en el cine como medio de enlace con el otro.

La gracia
La historia comienza con la llegada de Grace (la gracia) a la villa del perro, un pequeño pueblo de Estados Unidos, país al que Von Trier dirige su crítica -la historia forma parte de una trilogía sobre los vecinos del norte- como una sociedad decadente, y también mediante efectos a veces sutiles como el llamar a la calle principal Elm Street, que es célebre por John F. Kennedy, y las películas de Freddy Krueger; es decir, donde lo malo ocurre.
Como las vírgenes de la tradición judeo-cristiana, Grace llega en condición de víctima a Dogville; está huyendo de un grupo de gánsters por motivos desconocidos y en su arribo encuentra ayuda en Tom, el letrado del pueblo, quien la defiende ante sus habitantes.
Sin embargo, la protección de Tom y la complicidad del pueblo dejan de ser desinteresadas muy pronto; la misma vulnerabilidad y disposición de la protogonista tienen detrás a la culpa y ésta encuentra expiación al sacrificarse al desate de las pasiones de los habitantes de Dogville, quienes practican en ella un abuso extremo y cruel..., hasta que la rueda vuelve a girar.
Así, el director  ironiza sobre los crímenes cometidos en honor a la 'verdad' impuesta por la moral tradicional y propone -me parece- un final alternativo para ese círculo vicioso del abuso de unos sobre los otros, con la reivindicación de la justicia... que se parece mucho a la venganza. En este punto, uno se pregunta ¿qué es el bien?, ¿qué es lo recto?, ¿dónde está la línea que divide a la víctima de su verdugo? y, sobre todo, ¿en qué consiste la justicia?
La frase que más recuerdo de este filme, es la del padre de Grace cuando la acusa de soberbia por desdeñar las debilidades -así las toma ella- de los otros a la hora de hacer un juicio sobre ellos, de que su benevolencia es falsa y no ayuda al bien; le pregunta (bueno, más o menos) ¿por qué no te juzgas con la misma misericordia que le dispensas a los otros?
Cuando lo hace, la gracia, esclarecida, reestablece el equilibrio "por el bien de la humanidad". Von Trier significa este final de manera curiosa: el perro del pueblo, hasta entonces una marca de tiza llamado Moisés (el hacedor de la ley divina), cobra vida material; esta es la última escena de la película.
La cuestión, es que ese final alterno no cumple del todo su objetivo pues concluye en la violencia, y ésta suele comenzar una nueva vuelta al círculo.